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Prólogo a Ruido blanco 3 Elvio E. Gandolfo


Cuando uno es aficionado a un género suele disfrutarlo y seguirlo a través de publicaciones periódicas. En el caso de la ciencia ficción me formé con revistas de tamaño “digest” (parecidas a un libro), como Minotauro, Más Allá y (con un formato mayor) El Péndulo, donde ya colaboraba a menudo. Incluso aprendí inglés para poder leer a pleno las norteamericanas Amazing y Fantastic, que llegaban regularmente a Rosario (Argentina), donde vivía y más adelante Galaxy, cuando podía ponerle las manos encima a un número.

En Estados Unidos, la propia tierra de los géneros (la policial y la “serie negra”, la ciencia ficción, el terror), durante mucho tiempo las revistas fueron la cuna de buena parte de la mejor ciencia ficción. Gracias al formato parecido a un libro, cada número traía cuentos, novelas cortas, o novelas divididas en tres o cuatro partes (y números) sucesivas. Gran parte de las novelas clásicas aparecieron antes en revistas.

Desde hace unos cuantos años, sin embargo, esas revistas se sostienen con dificultades. Y en Argentina las pocas que alcanzaron una continuidad de años y presencia en los kioscos fueron desapareciendo. Actualmente sobreviven publicaciones mantenidas a lo largo de décadas por tenaces directores, pero de aparición mucho más espaciada en el tiempo: Cuasar y Próxima, por dar dos ejemplos. En Uruguay, a su vez, la presencia ha sido cada vez más escasa, hasta desaparecer.

En este presente escuálido (aunque la aparición de autores uruguayos en las dos publicaciones argentinas mencionadas ha sido frecuente) me alcanzaron las pruebas de Ruido blanco 3. No había leído las dos compilaciones anteriores, pero al leer esta tercera entrega no tuve la sensación de estar recorriendo una antología, o incluso de estar leyendo un libro. Me encontré en cambio con 10 relatos de muy distinta temática y estilo, pero unidos todos por la pertenencia a mi género favorito, como ocurría en las revistas. Cohetes espaciales, viajes interplanetarios que reflejan preocupaciones personales del personaje central, ballenas mucho más pesadas y extrañas que las reales, un Montevideo con presencia casi excluyente de mujeres, cacerías de extraños felinos genéticos, cruces con el terror, juegos con el estilo y, no por último menos importante, una premonición divertida y eficaz de la publicidad digital y tal vez cerebral en el futuro en el relato de Felisberto Hernández, el clásico incluido, que podría ser el comienzo de una buena costumbre.

Como es lógico, mientras leía me iban gustando algunos relatos más que otros. Pero nombrarlos sería elegir la tarea de crítico (o lector opinante) más que de prologuista. Lo que importa es que en ningún momento decidí dejar de leer un relato y pasar al siguiente. Lo mismo solía hacer con las revistas periódicas de ciencia ficción, donde el propio peso maternal, por así decirlo, del género, hacía que terminara todos y cada uno de los relatos, salvo las contadas excepciones donde exclamaba “¡Esto es imposible!” y pasaba a otra cosa.

Las ediciones de Ruido blanco, por su persistencia, periodicidad anual y criterio de selección, cumplen con el papel de una revista. Quien lee género lo hace de otra manera que quien lee literatura, con otras apetencias e ilusiones (encontrar ese cuento genial que cambia todo, o esa idea fresca, sorprendente), pero también con el placer de reencontrar algunos elementos previsibles, y a la vez dispuestos a variar.

Lo que cabe esperar es que la serie de Ruido blanco no se detenga. Que siga ofreciendo no sólo la oportunidad a sus autores de ponerse en contacto con el público, o de seguir produciendo, sino también la de alcanzar a ese público la materia dinámica y variada que ofrece una revista, más que una antología. En este momento de escasez en ese sentido, su papel es muy importante.

Elvio. Gandolfo

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